Rogelio Shart y su poema a Beatriz

Desde el 2017, año en que fue hallado un baúl entre el Quindío y el Tolima con información y pertenencias invaluables del escritor Colombiano más reconocido del siglo XIX ROGELIO SHART, se ha realizado una investigación exhaustiva de aquel romántico, ensayista y dramaturgo que nos enseña, después de la muerte, el verdadero sentido del amor. Su poema BEATRIZ fue su mas grande éxito, pero a su vez el causante de la gran desdicha, pues, este hermoso escrito fue una especie de carta de despedida de su conciencia para poder encontrarse con su única hija, quien fue asesinada, abusada y descuartizada por una secta religiosa que imperaba en la zona para esa época. Rogelio la buscó por mucho tiempo desde aquel viernes 13 que salió con un grupo de amigos y no regresó. Cuando las autoridades hallaron partes de su cuerpo, el dolor y sufrimiento embargaron toda la atmosfera, aquel escritor sentía el alma tan pesada de tan atroz noticia, que entró en depresión, a veces se exaltaba y empezaba a desvariar. Su familia lo envió al Hospital General de Viena donde fue atendido por el doctor Sigmund Freud quien le realizó algunas terapias de psicoanálisis con su método de hipnosis, pero al no observar ningún resultado, le indujeron a un tratamiento más fuerte. Lo diagnosticaron con histeria y le practicaron el tratamiento en la máquina de vapor, pero no fue posible su cura. Su cuerpo no podía soportar lo que su corazón y espíritu gritaban, necesitaba a Beatriz en su vida, de lo contrario, todo lo terrenal seguiría siendo incomprendido. No resistió el tratamiento y falleció en 1.884. El poema a Beatriz nos muestra que el amor es la fuente de la esperanza de una humanidad que anhela ser humanizada; ser comprendida, reconocida, respetada y que la vida no tiene sentido cuando el amor traspasa las fronteras de lo terrenal. He aquí el poema a Beatriz:
Encerrado en las mazmorras de mi melancolía, escribo estas líneas dirigidas por mi desasosiego. He intentado en vano olvidarte. De noche, cuando dialogo con el espectro del amor, él no me da respuestas. Mi congoja es superior a mi deseo de voluntad. El olvido, como te dije aquella tarde, no es una virtud de los mortales. Nos diferenciamos de los dioses porque ellos no pueden recordar. La memoria de los días me ha condenado a recordarte. Una simple brisa que se cuela por los orificios de esta casa, se convierte por obra y gracia de tu aroma, en punzadas lóbregas que atraviesan mi corazón. ¿Debí jamás haberte conocido? Quizás, pero bien vale el dolor cuando conservo en las pupilas el resplandor de tu rostro, tu piel blanca y delicada que alimenta la luz de los espacios, tu voz, sucesión de armonías que trastocan el sendero de la existencia. Amada, no sé si el destino, que se ensaña contra mí en cada curva, me permita volver a contemplarte. Sólo anhelo resistir a mis enemigos, o más bien a los enemigos de este amor. No decidí yo enamorarme, el amor me habitaba desde antes, tu fuiste la resurrección del mismo. Descreo del futuro, pero estoy condenado a difuminarme en su misterio. Mientras no estés a mi lado, vagaré de tiempo en tiempo, buscando un momento en el infinito de la vida, en donde pueda habitar contigo. Ellos vendrán por mí, quizás en este momento golpeen a mi puerta y sus bayonetas traspasen mi corazón, pero estés segura de que eso no asesinará mi amor, lo hará más grande. Sólo espero que esta carta escrita bajo el influjo de la desolación y la esperanza, pueda reposar por un segundo en tu pecho, eso garantizará mi larga espera.
Montañas de Bujía. Julio 14 de 1880.

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